Las organizaciones son el contexto perfecto para la generación y solución de problemas. En el entorno de trabajo, probablemente sea la principal actividad. Por otro lado, las organizaciones trabajan para lograr que los empleados estén contentos y, sin embargo, es frecuente escuchar: “Con los problemas que tengo, no encuentro momentos de felicidad”. Este es un espacio en el que a menudo habitamos. Aún así, muchas son las personas que tienen infinidad de desafíos en sus vidas y que son individuos plenos. ¿Están relacionadas las dificultades de la vida y la felicidad?

Adjudicamos a una situación la categoría de problema cuando no nos sentimos capaces de resolverla, nos vemos superados, experimentamos la incompetencia de enfrentarnos a ella con éxito. Sólo considerarla nos abruma. Nos vemos inferiores. Es en este caso cuando nos solemos referir a un problema; cuando la situación es “más grande” que nosotros.

Por el contrario, si consideramos otra situación en la que tenemos maestría y nos recuerdamos habiendo resuelto con buenos resultados experiencias parecidas, nos sentimos superiores. ¿Lo etiquetaríamos como problema? Tal vez ni siquiera le prestaríamos atención. Ciertamente, no es un problema.

Cuando nos enfrentamos a un problema tomamos varias posturas. Una es ignorarlo y con seguridad regresará con mayor virulencia. Otra es quejarnos. Una tercera es justificarnos; es el mecanismo de defensa para desdibujar el dolor de no estar a la altura. Otra opción es culpar a algo, alguien o incluso a nosotros mismos. Cualquiera de estas cuatro alternativas reduce la intensidad necesaria para ponernos en marcha, tomar acción y enfrentarnos al problema.

¿Podríamos admitir por un momento que los problemas no son buenos ni malos per se? Una perspectiva más enriquecedora es identificar los problemas como situaciones que nos envía la vida para invitarnos a crecer. Son nuestros vehículos de crecimiento. Si en lugar de poner nuestro enfoque en ignorar o aliviar la intensidad del problema, ponemos el centro de gravedad en conocer la parte de uno mismo que tiene que desarrollarse, que crecer, los problemas son un regalo de la vida. Son el estímulo que la naturaleza nos propone para continuar desarrollándonos. Es la señal vital que nos pone en la dirección de crecer. Sin obstáculos no hay crecimiento, no hay progreso. Es enfrentándonos a los problemas como nos desarrollamos, independientemente de que los resolvamos o no.

En nuestra mochila disponemos de tres vehículos para gestionar los problemas. El primero es sustituir estados emocionales que nos debilitan (resignación, desaliento, frustración, resentimiento, victimismo, etc.) por emociones enriquecedoras (curiosidad, ilusión, coraje, determinación, etc.). El segundo recurso es despertarnos a las historias que inconscientemente nos contamos sobre nosotros mismos si el desenlace de nuestra historia personal no apunta al crecimiento. El tercero son estrategias o herramientas y conocimientos que necesitamos. La potencia de tiro de un estado y una historia, es más explosiva que nuestras estrategias a la hora de producir cambios. La combinación de los tres es dinamita pura.

Las dificultades son los vehículos que nos envía la vida para que crezcamos. La vida no nos da lo que queremos. Nos da siempre lo que necesitamos… para seguir creciendo, y nos lo presenta en forma de problema.

Ahora bien, tenemos que introducir un ingrediente adicional: no es posible imaginar la felicidad sin un sentimiento de progreso, de crecimiento. Si no apreciamos que estamos avanzando, las sensaciones de felicidad y de plenitud se nos escapan. Pero si una de las fuentes de la felicidad es el crecimiento y éste es consecuencia de enfrentarnos a las dificultades, se puede intuir que en las raíces de la felicidad están los problemas. Sería interesante pensar que son regalos que nos hace la vida y que los problemas no me pasan a mí, sino que están hechos para mí. ¡Benditos problemas que alimentáis mi felicidad y mi crecimiento!

 

Carlos Escario.

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